Han pasado casi tres años desde que sufrí la mayor desilusión de mi joven vida. Puede que les suene exagerado, pero créanme cuando les digo que para mí fue y sigue siendo así de importante. No muchos me entienden y no los juzgo, y, la verdad, no me importa. Ésta es la historia de cómo una “simple”, pero estúpida decisión tomada hacia la vida de este ser ficticio me dejó una herida tan permanente como un tatuaje, ya que esperaba verlo ser el último hombre de pie al final de su aventura, mucho más adelante.
En primer lugar, ¿alguna vez han oído hablar sobre “historias de amor en 2-D”? Pues, yo tampoco, pero me alegra haber encontrado un término más científico que explique la razón principal por la cual estoy escribiendo esto. Sucede que ver casos de televidentes que se enamoren de personajes de ficción es mucho más común de lo que se cree. Y, en serio, créanme que no lo digo yo, lo dice una página de Vix que encontré por ahí. Gracias Internet.
Todo comenzó cuando tenía 13 años - hace 7 años atrás – y me encontraba dentro de la temida época de la secundaria. No voy a mentir, la odié, pero esa es otra historia. Me encontraba sin nada que hacer en las vacaciones de mitad de año y salir con amigos no era una opción porque, los muy pocos que consideraba cercanos, estaban todos ocupados. ¿Haciendo qué? Ni puta idea.
En eso, me acordé de que, no hace mucho, un ex amigo de la familia – a quien no pienso recordar en su totalidad, pero, al mismo tiempo agradezco – me había contado sobre esta serie de televisión, basada en un cómic, llamada The Walking Dead. Sí, la de zombies, esos que cuando te muerden, prácticamente, ya fuiste. También recordé que, incluso, me había hecho ver su primer capítulo junto con mi mamá. La reacción aterrada de ella era algo obvia. Ella nunca fue fanática de lo sangriento y el gore. Y en cuanto a mí, no sé por qué no le agarré el gusto en ese entonces, pero no lo hice.
Volviendo a mi yo de 13 años, toda curiosa, me puse a investigar e investigar aún más hasta que encontré una página donde podía ver todos los capítulos. Y no, ahí no tenía Netflix. Después de ver la primera temporada y analizar a todos los personajes con mi mente de adolescente, simplemente, no podía sacarme de la cabeza a uno en particular: el hijo del protagonista, Carl Grimes.
Mis primeras impresiones de él fueron la palidez de su piel y sus ojos azules como el océano. Era lindo. Demasiado lindo. ¿No les pasa que encuentran a alguien que les parece tan atractivo que terminan sonriendo como idiotas cuando su imagen se les pasa por la cabeza? Pues así de imbécil estaba yo. Y, ¿cómo no? ¿No dicen que es en la adolescencia donde las hormonas comienzan a alterarse más?
En fin, no tenía ojos para otro que no fuera él y, conforme pasaban las temporadas, se ganaba mi cariño cada vez más. De repente, el niño se convirtió en hombre en un dos por tres. Su suave y sedoso cabello aumentó cada vez más y era imposible no notar cómo este se movía junto con el viento, cubriendo su rostro de vez en cuando y dejando un aire de misterio. Su voz pasó de la ternura a un grosor impresionante. Esos ojos azules pasaron a singular, ya que el otro lo perdió en un accidente que casi le cuesta la vida; sin embargo, aún podía notar la dulzura de su mirada. Pero, no se confundan, esa mirada también era capaz de preguntar a los que intentaban intimidarlo:
— ¿Me parece o me estás retando? Tal vez me falte un ojo, pero hasta acá puedo ver ya que eres hombre muerto.
Todo bien con él. Había leído los cómics de The Walking Dead, los cuales estaban mucho más adelantados que la serie. Muchos personajes morían, pero Carl no era uno de ellos y eso me ponía contenta. Así que no tenía de qué preocuparme o eso pensé.
Era un domingo de diciembre del 2017 y me encontraba a punto de dormir. Para ese entonces, ya había conocido a quien se convertiría en mi mejor amiga a distancia, Sam. Ella era de Arkansas, Estados Unidos. Y, ¿cómo nos conocimos? Efectivamente, fue gracias a Carl Grimes. Al principio, no podía creer que realmente se podían formar lazos muy fuertes gracias a personajes que ni siquiera eran reales, pero ahí mismo tenía la prueba de que estaba equivocada.
Como sea, el punto es que, esa noche, cometí un grave error: revisé sus estados de Snapchat. Para ello, la serie se transmitía los domingos en Estados Unidos y los lunes en Latinoamérica; sin embargo, yo la veía los lunes en la mañana, apenas me levantaba, para no perder el tiempo en comerme las uñas durante la larga espera hasta la ocho y media de la noche. En resumen, Sam tenía la ventaja de ver los capítulos antes que yo.
Cuando vi sus estados, me encontré con fotos y videos de ella llorando como si hubiese fallecido un familiar suyo, así de fuerte. Iba a continuar, pero me acordé de que ella estaba viendo el episodio a esa hora, así que cerré la aplicación. Ahí fue cuando cometí mi segundo error: entrar a Facebook. Si están leyendo esto, jamás entren a Facebook cuando se trata de evitar que te cuenten algo que no has visto.
El lado bueno fue que no me llegaron a contar prácticamente nada; sin embargo, lo que llegué a ver fue una foto donde contaban un rumor que se estaba corriendo de que Carl iba a fallecer en la serie. Me quedé congelada, atónita. No sabía si creerlo o no. Pero, ¿por qué iba a hacerlo si en el cómic él seguía vivo? Aparte, él era el hijo del protagonista. Era imposible.
Todos esos pensamientos, más las lágrimas y sollozos de mi mejor amiga, rodeaban mi mente, creando un insomnio que duraría casi todas mis horas de sueño. Me pasé la madrugada cambiando de posiciones – para dormir, no sean malpensados – y haciendo intentos fallidos de yoga, pero nada. Incluso lloré. No sabía lo que iba a pasar y tenía miedo de que los rumores fueran verdad. En ese momento me pregunté por qué chucha había cogido el celular y, después de eso, caí rendida.
Llegó el lunes y hacía cada vez más calor. Era algo obvio, pues el verano estaba a la vuelta de la esquina. Me desperté temprano, milagrosamente, pero los pensamientos de la noche anterior seguían presentes. Tenía la esperanza de que no iba a pasar nada en este capítulo que fuera tan deprimente; no obstante, jamás me imaginé que perdería esa ilusión en menos de dos horas, literalmente.
Personalmente, ya había ganado una costumbre de filmarme cada vez que veía un nuevo capítulo para subir mi reacción a Youtube y, extrañamente, a muchas personas parecía gustarle y era obvio que sabían sobre mi amor por el chico tuerto de cabello largo. Así que, me levanté de mi cama e hice lo cualquiera haría en las mañanas: lavarse los dientes, tomar desayuno y ducharme. Aunque, la verdad, admito que ese día hice algo fuera de común. Como todavía me encontraba temblando como chihuahua, cogí un frasco de Vick Vaporub para calmarme los nervios. Fuera de bromas, se los recomiendo bastante.
Con el corazón en la mano, comencé a grabar y, por lo tanto, a reaccionar. La trama estaba interesante y no me podía quejar. Carl lucía tan bello - ¿cuándo no lo hacía? –, pero algo que noté en particular dentro del episodio fue su madurez. En ese capítulo hubo un enfrentamiento donde él estaba involucrado. Sin embargo, antes de ello, le tocó enfrentarse a Negan, el antagonista principal de la historia, y las palabras que salían de su boca reflejaban en gran manera cuánto había evolucionado:
“Si mi muerte puede detener esto, si podemos cambiar las cosas para nosotros y para ustedes, para todos esos niños, valdrá la pena”.
Esa palabra, la palabra que no quería que dijera, había sido la tercera de su oración. Comencé a sentir miedo, miedo a que lo que había visto la noche anterior se convirtiera en realidad.
— ¿De verdad este era el plan? ¿Se suponía que tenía que ser así?
Lo mismo me preguntaba yo. Es como si Carl y yo hubiésemos tenido los mismos pensamientos en ese momento. Si él en verdad iba a morir, ¿era cómo las cosas tenían que pasar en primer lugar? Mi respuesta en ese momento era un más que rotundo “no”, pero no me quería adelantar a extremos por más nerviosa que estaba.
La batalla había terminado. Carl había pasado por mucho: explosiones por granadas y pérdida de gente de su grupo en lo más probable. Se encontraba tan debilitado y no podía evitar mirar a su alrededor y ver cómo todo se estaba derrumbando. Noté que se encontraba tan débil que hasta tuvo que apoyarse en una pared para retomar el aliento que había perdido en la pelea. Felizmente, se llegó a refugiar junto con otros sobrevivientes, incluyendo a su padre, Rick, y a su madrasta y mejor amiga, Michonne, en un escondite subterráneo en las alcantarillas.
— Está bien, está vivo — dije esperanza y bien ilusa. Realmente, no me esperaba lo que vendría a continuación.
Carl se encontraba más que exhausto, pero todavía tenía fuerzas para saludar a su familia, a quienes no veía desde hace un buen rato. Su rostro ojeroso y pálido fue suficiente para preocupar a dos de sus seres más amados.
— Así es como pasó.
Eso fue lo último que dijo antes de mostrar lo que tanto para Rick y Michonne, como para mí, sería nuestro mayor temor: una sangrienta, profunda e infectada mordida en el lado derecho de su firme torso.
En un abrir y cerrar de ojos, sentí como las cálidas lágrimas caían por mis mejillas y cómo el aire se iba de mi cuerpo de por ratos. Grité del dolor hasta quedarme sin voz. ¿Cómo podían hacer esto? ¿Qué tenían los guionistas en la cabeza? ¿A quién chucha se le había ocurrido escribir semejante estupidez? Esto no tenía ningún sentido. ¡En el cómic Carl todavía estaba vivo! Me sentía como la loca de Misery, pero sin la necesidad de matar a alguien o de destrozar sus pies.
— Es solo un show. Chandler Riggs (el actor) sigue vivo, pero, en serio, estoy muy cansada de esta mierda… Y no sé si alguna vez volveré a ver esta serie — fin de la grabación.
¿Les doy un spoiler? Una vez que pasó esto, The Walking Dead murió para mí. Ya no tenía lógica seguir viendo la serie sin verlo a él también. Así de simple. ¿Y saben qué es lo peor? Tuve que esperar meses - ¡meses! – para ver el resto de la historia, ya que habían dejado ese tan impactante suceso como uno de los tan usados cliffhangers o finales en suspenso. Eso no hizo nada más que generarme la mayor ansiedad que había sentido. No era justo, ni de broma.
Pasó el tiempo de espera y Carl ya estaba muerto. Se había disparado en la cabeza para evitar que Rick y Michonne lo hicieran. Según él, era porque esa decisión era muestra de que ya había madurado por completo y porque no quería convertirse en uno más de esos caminantes – así le dicen a los zombies. Eso me hizo acordar a todos los asesinos que optan por matarse antes de enfrentar sus condenas. Sin embargo, yo tomé este acto como uno de valentía. No podía evitar preguntarme qué pensamientos estaban rodeando en su cabeza antes de apretar el gatillo, pero sí tenía en claro que, en primer lugar, se encontraban todos sus seres queridos: su padre, su nueva madre, su novia, su hermana y todos los de grupo a quienes ya había agarrado cariño. Solo tomó un sonido de bala – uno solo - para destrozarme en su totalidad.
En fin, ¿qué me quedaba? Solo echarme llorar y renegar por el qué podía haber sido y que no, por los peros y los hubieses. ¿Me dolió? Obviamente. ¿Me pareció injusto? Sí. ¿Me sigue doliendo? Por supuesto. Pero es ese dolor permanente lo que ayuda a que uno siga adelante. Toda esta más que decepcionante experiencia fue lo que marcó un antes y un después sobre mis futuras ilusiones.
Aprendí que el amor entra por los ojos de una manera muy sencilla que lleva a que uno se deje llevar por sus impulsos más salvajes. Aprendí que, lamentablemente, es mejor desconfiar hasta de lo que más adoro. Y, por último, aprendí que todo que decía sentir por alguien a través de una pantalla era verdad, pero al mismo tiempo falso. Me enamoré de Carl Grimes, un joven que ni siquiera existe en verdad, pero que realmente existió para mí. Seguiré detestando a quien decidió asesinar al amor de mi adolescencia, pero admito que me dejó lecciones muy duras, a parte de una melancolía duradera, que se quedarán dentro de mi consciencia.
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